El Alcázar de Toledo.-a


Esteban Aguilar Orellana ; Giovani Barbatos Epple.; Ismael Barrenechea Samaniego ; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; -Rafael Díaz del Río Martí ; Alfredo Francisco Eloy Barra ; Rodrigo Farias Picon; Anllela Hormazabal Moya ; Patricio Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda; Jaime Jamet Rojas ; Gustavo Morales Guajardo ; Francisco Moreno Gallardo ; Boris Ormeño Rojas; José Oyarzún Villa ; Rodrigo Palacios Marambio; Demetrio Protopsaltis Palma ; Cristian Quezada Moreno ; Edison Reyes Aramburu ; Rodrigo Rivera Hernández; Jorge Rojas Bustos ; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba ; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala ; Marcelo Yañez Garin; Ana Karina Gonzalez Huenchuñir; Alamiro Fernandez Acevedo; Francia Carolina Vera Valdes; Tatiana Flor Maulén Escobar; Raúl Meza Rodríguez; 

Alcázar de Toledo, España.


El alcázar de Toledo es una fortificación sobre rocas, ubicada en la parte más alta de la ciudad española de Toledo. Su privilegiada situación ha hecho de él un lugar de gran valor estratégico militar y así lo intuyeron los diversos pueblos que se asentaron en él. Su nombre se debe a uno de esos dominadores: los árabes, que fueron los que lo llamaron «Al Qasar», que significa «fortaleza», nombre acortado del que era habitual: «Al-Quasaba», cuyo significado era el lugar de la verdadera residencia principesca.

Fundación y primera fase

En el siglo iii fue un palacio romano donde, tras la reconquista de la ciudad, establecieron el pretorio, sede del magistrado o pretor. Durante la época visigótica el rey Leovigildo estableció en él su capitalidad en el año 568. A partir de entonces se utilizaron las inmediaciones para «residencias regias» que se completaron con la construcción de las iglesias «pretorienses», llamadas así por su proximidad al pretorio, como la de Santa Leocadia. Se cree que en esta iglesia están enterrados, flanqueando la tumba de la santa, los reyes Wamba y Recesvinto, el cual —junto a Chindasvinto — creó el Fuero Juzgo. De la era de dominación musulmana destacan las obras iniciadas por Abd al-Rhaman II en el año 836 y por Ab al Rhaman III en 932.

Baja Edad Media

Fue restaurado y ampliado durante el mandato de Alfonso VI y sus sucesores Alfonso VII y Alfonso VIII; Fernando III el Santo la embellece considerablemente y Alfonso X el Sabio logra aunar las tres culturas que han pasado por Toledo — judía, árabe y cristiana— con la famosa Escuela de Traductores de Toledo, completó la fachada oriental y mandó construir las cuatro torres de planta cuadrada que forman las cuatro esquinas del edificio.
A partir del siglo xiv, cuando ya había desaparecido casi totalmente la amenaza musulmana, bajo la dinastía de los Trastámara empezó a ejercer la función de morada regia. Siguieron las reformas interiores durante los reinados de Pedro I, llamado «el cruel» por sus detractores y «el justiciero» por sus seguidores, Enrique I, Juan II, Enrique IV y, posteriormente, los Reyes Católicos que acondicionaron la fachada oeste.

Edad Moderna
El Alcázar (al fondo) en 1887.
Cuando Carlos I regresó a España desde Alemania, convocó en 1525 las Cortes en Toledo y se alojó en el Alcázar, donde discutió con la hermana de Francisco I de Francia su rescate, ya que estaba prisionero en Madrid.

Fue modificado en 1535 bajo su mandato y encargó la dirección de las obras al arquitecto Alonso de Covarrubias, Francisco de Villalpando y Juan de Herrera. Diseñaron un edificio compacto y cerrado, organizado en torno a un patio rectangular con doble nivel de arcos sostenidos por columnas de aire muy clásico de capiteles corintios y compuestos. Covarrubias construyó la fachada norte y Herrera la sur. La sobria fachada dividida en tres pisos de vanos repetidos, en torno a los cuales se concentra la decoración, y un gigantesco escudo imperial sobre la puerta reflejan el poder del constructor. A la muerte de Villalpando, las obras fueron dirigidas por Juan de Herrera. Impresiona su escalera, posteriormente engrandecida por Francisco de Villalpando, concluida bajo el reinado de Felipe II. Fue residencia temporal de las reinas viudas Mariana de Austria (viuda de Felipe IV) y Mariana de Neoburgo (viuda de Carlos II).






Fachada de Covarrubias

Durante la Guerra de Sucesión sufrió su primer incendio por las fuerzas austriacas en 1710. Años más tarde, en 1774, el arzobispo Francisco de Lorenzana propone que se inicie su restauración, la cual se llevó a cabo bajo la dirección del arquitecto Ventura Rodríguez. Este fue el primer incendio de una serie que sufrió. Una vez restaurado, se instaló allí la Real Casa de Caridad. La invasión de España por las tropas de Napoleón y los sucesos que ocurrieron el 2 de mayo de 1808 en Madrid durante la Guerra de la Independencia tuvieron una gran repercusión en el Alcázar, ya que el 31 de enero de 1810, cuando los franceses mantenían un gran contingente de hombres y artillería en el Alcázar, este sufre su segundo incendio sin que se sepan las causas, quedando en pie solamente la estructura principal del edificio. Por suerte, la escalera principal sufrió muy pocos daños. Se pensó reconstruirlo en varias ocasiones, pero en ninguna de ellas los intentos pasaron de ser simples proyectos.

Siglo XIX
El alcázar en Álbum artístico de Toledo (1848), por Andreas Pic de Leopold.
La reina Isabel II cedió parte del alcázar para que se instalara en él el «Colegio de Infantería». Por esas fechas se realizaron los estudios necesarios para reedificar el edificio, pero la revolución política de 1854 paralizó las obras. En 1867 Toledo recibió con alborozo la noticia de que el alcázar va a ser reedificado y empezaron las obras el 2 de julio de ese mismo año. El año siguiente —1868— tiene lugar la revolución que destronó a la reina Isabel II y como consecuencia de ello las obras avanzaron con mucha lentitud. Cuando se acabó la reconstrucción, destacaban por su belleza los salones destinados a «Cámara Real», el «Salón de Honor» y el «Salón mudéjar». 
El Salón de honor tenía pintados en el techo cuatro momentos históricos famosos del emperador Carlos V: las entradas en Roma y Túnez, la batalla de Mühlberg y su entrevista con el rey Francisco I de Francia. En 1878 se instaló en el alcázar la Academia de Infantería de Toledo. Como coronación de las obras de reconstrucción se colocó una estatua de Carlos V en el centro del patio, de bronce fundido, copia de la que hizo Leone Leoni, que se conserva en el Palacio Real de Madrid, y situada sobre pedestal de piedra berroqueña.
A mediados del siglo xix el Ministerio de la Gobernación, durante el reinado de Isabel II, instaló en la torre N.O. (según el testimonio de Manuel de Assas en 1848) un mecanismo telegráfico para recibir y enviar mensajes codificados desde Madrid hasta Cádiz; era la torre telegráfica n.º 10 de la Línea de Andalucía, creada por el brigadier Mathé. Los puestos de esta línea de torres de telegrafía óptica estuvieron en algunas poblaciones como Aranjuez, Toledo, Ciudad Real, Puertollano y Fuencaliente; en la parte andaluza atravesaba otros lugares, como Cardeña, Montoro, Córdoba capital, Carmona, Sevilla capital, Las Cabezas de San Juan, Jerez de la Frontera, Cádiz capital y San Fernando. Su funcionamiento como telégrafo óptico fue breve, desde 1848 hasta 1857.
En 1887, el alcázar sufrió un tercer incendio, que comenzó en la biblioteca y se extendió rápidamente por todo el edificio, destruyéndolo casi por completo.


Plano del alcázar


Siglos XX y XXI


Durante la Guerra Civil Española (1936-1939) fue utilizado por el entonces coronel José Moscardó como punto defensivo y de resistencia de la Guardia Civil y resultó casi totalmente destruido por las tropas leales a la Segunda República y los milicianos, durante un asedio que duró setenta días, del 22 de julio al 27 de septiembre de 1936. Fue liberado ese día por las tropas al mando del general José Enrique Varela y visitado al día siguiente por Francisco Franco, jefe de las tropas sublevadas. La propaganda franquista convirtió el asedio del alcázar en un símbolo del heroísmo durante la guerra.
En octubre de 1998 se convirtió en la sede de la Biblioteca de Castilla-La Mancha, que se creó integrando los fondos y servicios de la Biblioteca Pública del Estado en Toledo (ubicada hasta entonces en la Casa de la Cultura, en la parte trasera del Museo de Santa Cruz) con los de la Biblioteca Regional (ubicada hasta entonces en el Palacio de los Condes de Oñate). A partir de julio de 2010 es sede del Museo del Ejército procedente del antiguo Salón de Reinos de Madrid. Aún podrían verse balas perdidas de la Guerra Civil incrustadas en las paredes del alcázar.


La batalla del Alcázar de Toledo, el encarnizado asedio que forjó una leyenda


ruinas de toledo


Desde la defensa de la ciudad de Numancia, son muchos los asedios que han quedado grabados a fuego en la memoria de nuestro país. Sin embargo, en el imaginario colectivo hay todavía uno que se alza desafiante sobre el resto: el asalto que, en julio de 1.936, tuvo como protagonista al Alcázar de Toledo. Y es que, dentro de esta fortaleza, unos 1.300 defensores a las órdenes del coronel sublevado José Moscardó lograron resistir durante más de dos meses los constantes ataques del ejército gubernamental, el cual contaba con varios millares de soldados, multitud de piezas de artillería, y algún que otro carro de combate.
Héroes para unos, villanos para otros, lo cierto es que este grupo de soldados consiguió resistir, contra todo pronóstico, el bombardeo constante de los cañones y aviones republicanos. Sin agua, sin comida y casi sin munición, los defensores realizaron una proeza que, a su vez, fue utilizada por Franco a nivel propagandístico para mejorar su imagen internacional y elevar la moral de sus combatientes.

España se divide


No vivía nuestro país sus mejores momentos en las semanas previas a los sucesos del Alcázar. Concretamente, y en plena Segunda República, la tensión entre las dos Españas era ya tan palpable que podría haberse apilado en sacos. La situación, ya de por si delicada, terminó de recrudecerse cuando el Frente Popular –la coalición que aglutinaba a las fuerzas izquierdistas- se alzó en las elecciones por encima de los diferentes grupos afines a la derecha.
Esto pareció ser la gota que colmó el vaso para algunos militares que, hastiados, decidieron empezar a perfeccionar una conspiración que ya llevaba meses fraguándose. Al gobierno republicano ni siquiera le bastó con enviar a los principales oficiales sospechosos a diferentes partes del territorio español, pues acababa de plantarse el germen de la guerra.
Tampoco ayudó a calmar la situación la ola de violencia que, llevada a cabo por grupos de todo tipo de ideologías, bañaba de sangre las pobladas calles de Madrid. Finalmente, las cartas se pusieron sobre la mesa cuando parte del ejército, aprovechando la conmoción, inició el 17 de julio un levantamiento en Marruecos liderado por el general Francisco Franco. Acababa de dar comienzo la Guerra Civil.

Toledo, en armas
Interior del Alcázar hacia 1870.
Tras el alzamiento, fueron muchas las ciudades en las que se generalizaron los combates callejeros. Una de ellas fue Toledo, donde se destacaron varios enfrentamientos entre grupos armados y las fuerzas del orden. Tal era la situación y la falta de información que, el 18 de julio, el comandante militar de Toledo y coronel director de la Escuela Central de Gimnasia, José Moscardó, decidió viajar a la capital para tratar de discernir lo que estaba ocurriendo en el país.
Moscardó pudo reunir en total unos 1.300 efectivos pobremente armados«El coronel Moscardó se había trasladado a Madrid con intención de recabar información sobre la situación en el mando de la División Orgánica a la que su comandancia militar pertenecía; en aquellos días preparaba además el coronel (…) la marcha de algunos atletas y la suya propia a la olimpiada que pronto comenzaría en Berlín. Regresado durante la tarde a Toledo, ya conocedor del levantamiento del Ejército de África y del confuso y violento ambiente que reinaba en Madrid, donde pudo ver por la calle civiles armados, acudió a su comandancia y ordenó el acuartelamiento de la escasa guarnición», explica el escritor y experto en historia Francisco Martínez Canales en su obra «Toledo 1936. Asedio y liberación del Alcázar», de la colección «Guerreros y batallas» editada por «Almena»
Sin ambages, el coronel decidió apoyar la sublevación y resistir en Toledo hasta el último hombre. No obstante, en principio prefirió no dar cuenta de ello al gobierno republicano, pues sabía que necesitaba de todo el tiempo disponible para reunir la mayor cantidad de hombres y armamento posibles.
Pero... ¿por qué Moscardó decidió plantar cara a la república? Realmente es difícil saber que rondaba por la mente de este experimentado militar de, entonces, 58 años. Lo que es cierto es que el coronel tuvo varios desencuentros con el gobierno de Azaña, el cual eliminó los ascensos de muchos oficiales (entre los que se encontraba él) para evitar la saturación de mandos que se cernía sobre el ejército español. Aunque luego recuperó su cargo por antigüedad, parece que al oficial no terminó de gustarle del todo aquel atropello.
Fuera por ello o no, a mediados de julio Moscardó inició los preparativos para aprestarse a la defensa. Su primer objetivo fue hallar un edificio que sirviera como último resguardo en caso de que la ciudad fuera tomada. Sin dudarlo dos veces se decantó por el Alcázar de Toledo, una fortaleza de muros gruesos capaz de resistir cientos de disparos y que, además, estaba ubicada en una posición privilegiada que permitía a sus defensores controlar casi la totalidad del terreno colindante.
Incendio de 1887 por Comba.
Efectivos para el combate

Una vez seleccionado el refugio, Moscardó llevó a cabo un recuento de los hombres a sus órdenes. El número final era, cuanto menos, insuficiente, pues disponía de unos 410 soldados de la guarnición de Toledo, 110 milicianos, y 90 hombres de diferentes procedencias. Pero, para su regocijo, a sus escasos efectivos se unieron también cuatro compañías de la Guardia Civil que, atendiendo a un plan secreto de actuación del teniente coronel de la benemérita Pedro Romero Bassart, se habían concentrado en los últimos meses junto a sus familias en la ciudad con la intención de refugiarse en el Alcázar.
De esta forma, el coronel pudo reunir en total unos 1.300 efectivos pobremente armados. «Moscardó disponía de un total aproximado de 1.200 fusiles y mosquetones, dos piezas de artillería de montaña de 7 cm, con sólo 50 proyectiles; 13 ametralladoras Hotckiss de 7 mm, 13 fusiles ametralladores de la misma marca y calibre, y dos morteros Valero de 50 mm con 50 proyectiles. A ello añadir 250 granadas de mano Laffite, 25 granadas de mano incendiarias y unos 200 petardos pequeños de trilita», añade el experto en su libro «Toledo 1936. Asedio y liberación del Alcázar». A su vez, en el edificio también se guarecieron más de 600 civiles entre mujeres y niños.
Esquema de la destrucción del Alcázar de Toledo por la artillería republicana.

¡La munición no sale de Toledo!


Mientras Moscardó ultimaba los preparativos para su pequeña rebelión toledana recibió una llamada de la República, cuyos responsables aún desconocían sus intenciones e, incluso, seguían creyendo en su lealtad. Concretamente, se hizo saber al coronel que debía enviar a Madrid –en manos gubernamentales- toda la munición guardada en la Fábrica Nacional de Armas de Toledo.
Los defensores tuvieron que matar a sus caballos para poder comer carneEl oficial, que no tenía ninguna intención de deshacerse de esta valiosa carga, inició entonces un imaginativo juego en el que, durante tres días, inventó varias y variopintas excusas para evitar que la munición abandonara Toledo. De esta forma, Moscardó pretendía conseguir todo el tiempo que fuera posible antes de declararse en rebeldía.
La mascarada duró hasta el 21 de julio, momento en que, después de que fueran descubiertas sus intenciones, se dirigió a la plaza de la ciudad para hacer oficial el estado de guerra. Es decir, la declaración de que la República era ahora el enemigo a batir. Desde ese momento ya no valían los preparativos ni las jugarretas, pues las tropas gubernamentales no tardarían en llamar a la puerta del Alcázar para conseguir la munición que reclamaban desde bacía varias jornadas.
Patio (c. 1895)
Llega Riquelme

El mismo día de la proclamación Moscardó dio órdenes de tomar posiciones alrededor de toda la ciudad. No obstante, los defensores tuvieron finalmente que retirarse hasta el Alcázar después de conocer que había sido enviada una columna gubernamental desde Madrid. De esta forma, las tropas republicanas pisarían definitivamente la ciudad toledana después de acabar con la revolución que se había vivido en la capital.
Antes de la llegada de la República, los sublevados tuvieron tiempo de llevar hasta el Alcázar los 700.000 cartuchos alojados en la Fábrica de Armas de Toledo, algo que les garantizaba disponer de munición durante un largo asedio. Por su parte ya no podían hacer más, así que se prepararon para defender la fortaleza a toda costa.
El coronel no rindió el Alcázar a pesar de las amenazas contra su hijo Por su parte, y bajo la férrea premisa de acabar con la sublevación de Moscardó, llegó a la «Ciudad imperial» una columna republicana formada por unos 1.600 soldados acompañados por varias piezas de artillería de 105 mm y algunos vehículos blindados. Al mando de la misma se encontraba el general José Riquelme, un militar dispuesto a hacer valer su experiencia para terminar de una vez por todas, y lo más rápidamente posible, con aquella resistencia.
Con todo, y después de tomar algunas posiciones tácticamente determinantes, el general republicano trató en un principio de lograr la rendición de Moscardó apelando a su racionalidad. «Moscardó recibió varias llamadas telefónicas conminándole a la rendición y entrega de las municiones. De las últimas recibidas destaca la del propio (…) Riquelme, quien llamó desde Toledo preguntándole qué motivos había para la actitud adoptada contra el gobierno de la República, contestando Moscardó que la República estaba ahora en poder del marxismo y que consideraba deshonrosa e indigna la orden de entregar a las milicias rojas el armamento de los caballeros cadetes», añade Canales en su obra, editada por «Almena».

«Di un viva a España y muere como un hombre»


Apenas un día después de que se produjera esta conversación, el 23 de julio, se vivió en el Alcázar uno de los episodios más famosos y difundidos a lo largo de la historia. En un intento de empujar a los defensores a abandonar la fortaleza, el jefe de milicias de Toledo contactó por teléfono con Moscardó para informarle de que tenía preso a su hijo Luis e informarle de que, si no rendía el Alcázar en diez minutos, el joven sería fusilado.
Al parecer, y según recogen los investigadores e historiadores Alfonso Bullón de Mendoza y Luis Eugenio Togores en su obra «El Alcázar de Toledo. Final de una polémica», Luis cogió el teléfono para demostrar a su padre que había sido capturado. Sin embargo, lejos de pensar en rendir su posición, Moscardó le respondió: «Si es cierto (que te van a fusilar) encomienda tu alma a Dios, da un viva a Cristo Rey y a España y serás un héroe que muere por ella. ¡Adiós, hijo mío, un beso muy fuerte!». Con todo, finalmente las tropas republicanas no materializaron sus amenazas y optaron por arrestar al joven.
Tras las intentonas republicanas de rendir el Alcázar sin combatir, empezó el sitio. Ya no había cabida para la paz y, como era de esperar, Riquelme ordenó el constante bombardeó de la fortaleza mediante la artillería de 105 mm y cuatro nuevas piezas de 155 mm. A partir de aquella jornada, raro fue el día en que los sitiados no recibieron decenas de descargas.

Las duras condiciones del asedio

Por su parte, los defensores tuvieron que hacer frente a la escasez de víveres, algo que les obligó, por ejemplo, a tener que matar a sus caballos para poder llevarse a la boca algo de carne. Al menos, eso es lo que ha quedado recogido en el «El Alcázar», un panfleto que, editado dentro de la fortaleza, era repartido a diario entre los defensores para mantenerles informados de lo acaecido el día anterior y elevar su moral.
«Anteayer, por la tarde, comimos un excelente estofado de carne de caballo, excelente en condimentación y en sí; carne sustanciosa y jugosa de blandura casi similar a la ternera fue despachada con júbilo y reconocimiento hacia los autores de la idea; nos dicen que escasísimos elementos, llenos de algún prejuicio imaginativo, tuvieron algún reparo; nada más lógico; el caballo es animal limpio y pulcro, al extremo de que ni come, ni bebe nada que no esté en las mejores condiciones; el género de alimentación, exclusivamente vegetal, hace que nada pueda justificar aquellos prejuicios; las condiciones de sabor y alimentación (valor nutritivo), superan las de la raza bovina; el aspecto natural es también mejor que el de las clases comunes de carne», explica el número de «El Alcázar» entregado a los defensores el 29 de julio.
El pequeño diario era utilizado además por Moscardó para dictar nuevas normas entre sus hombres: «También nos indican que se ponga cuidado en la provisión de agua, no cometiendo, si no abusos que nadie los comete, dispendios para otros menesteres que no los de la bebida; entendemos que dado el buen espíritu de todos será atendido ese requerimiento oficioso de un mando que siempre quiere ser paternal, pero que sabe ser militar y enérgico cuando las circunstancias lo requieren» se destaca también en el panfleto del 29 de julio.
A pesar de todo, y según declararon posteriormente varios supervivientes, la comida empezó a escasear rápidamente, lo que obligó a reducir repentinamente las raciones de carne a la mitad y racionar el agua a un único litro por persona al día. No obstante, algunos defensores llevaron a cabo diferentes salidas en las que consiguieron «requisar», sobre todo, trigo. Más que de alimentos, los sublevados se nutrían de la esperanza de que el Ejército de África –al mando del general Varela-, llegara hasta Toledo y les liberara.
Monumento al sitio de alcázar de toledo

Agosto, el mes del ingenio

Con el paso de las semanas, la situación se fue poniendo cada vez más fea para los dos bandos. Y es que, por un lado, los asaltantes sabían que las tropas de Franco podían caer sobre ellos si no acababan con el asedio rápidamente y, por el otro, a los defensores empezaban a escasearles varios productos de primera necesidad. De hecho, en aquellas jornadas más de dos docenas de soldados a las órdenes de Moscardó decidieron capitular y entregarse a las tropas asaltantes.
Mientras, los disparos de la artillería seguían resonando día tras día sobre las murallas del Alcázar como si se trataran de una siniestra banda sonora, aunque sin provocar muchas bajas. De hecho, Moscardó tuvo que hacer uso de su panfleto diario para establecer unas normas básicas de higiene, pues sabía que las enfermedades podían ser una de las pocas causas que acabaran con sus tropas.
«Se nos ruega que hagamos unas ligeras indicaciones sobre motivos de higiene (…) Precisa un celoso cuidado el no realizar las evacuaciones fuera de las letrinas; todos debemos erigirnos en vigilantes y propugnadores de esta medida elemental de higiene, que de no adoptarla a rajatabla tendría consecuencias funestas e incalculables con respecto a la salud de todos, mucho más temibles que las que puede originar el fuego enemigo, y las razones son tan elementales y claras que no vale la pena enumerarlas», señalaba el diario «El Alcázar» del 3 de agosto.
«Una compañía de la Legión podría haber tomado el Alcázar de Toledo»Los republicanos, por su parte, y a sabiendas de que la toma del Alcázar de Toledo suponía dar una imagen de poder a nivel internacional, trataron por todos los medios de acabar con los hombres de Moscardó. Así, durante este mes intentaron, entre otras cosas, incendiar el edificio, volar la cocina de la fortaleza para evitar que se pudiera hacer la comida e, incluso, lanzar gases lacrimógenos contra los sublevados.
«Al parecer, llegaron a Toledo en estos días dos representantes franceses de una empresa de productos químicos (gases de guerra, según dice literalmente el informe de la Columna de Toledo) que había ofrecido al gobierno de la República su empleo como posible solución al asedio al Alcázar», destaca Canales en su obra. Para desgracia republicana, ninguna de las ideas dio sus frutos.
Pero, lejos de desmoralizarse, los sublevados pronto renovaron sus ánimos, pues recibieron mediante un correo aéreo varias cartas de Francisco Franco informándoles de que pronto serían liberados. Instados a la defensa, los soldados ocuparon sus posiciones con más esperanzas que nunca.
Finalmente, y ante la imposibilidad de tomar la fortaleza por la fuerza, la República decidió en Consejo de Ministros iniciar la construcción de dos minas bajo el Alcázar. La idea gubernamental consistía, concretamente, en llenar de explosivos los conductos subterráneos para volar el edificio en su totalidad y, así, acabar de una vez por todas con la resistencia de los hombres atrincherados en su interior. A su vez, se intensificó el cañoneo sobre el Alcázar, cuya fachada norte, muy debilitada, terminó derruyéndose.
Patio. Escultura de Carlos V.
Una mala explosión

Con la llegada de septiembre los defensores contaban ya los 41 días dentro del Alcázar, sin duda un largo período tanto para los nacionales como para las tropas gubernamentales. Estos últimos parece que decidieron cambiar de estrategia con el comienzo del nuevo mes pues, antes de detonar las cargas explosivas que habían preparado, enviaron a un emisario para tratar, por última vez, de convencer a los hombres de Moscardó de rendir la fortaleza.
Este cometido fue puesto en las manos de Vicente Rojo, el cual no solo no consiguió que se rindiera el Alcázar, sino que volvió a la base con una petición de Moscardó. En ella, el coronel solicitaba a los oficiales republicanos el envío de un sacerdote para que bautizara a dos niños que habían nacido durante el asedio y diera una misa en la fortificación. El elegido fue el padre Camarasa quien, a sabiendas de que los sitiadores pretendían volar el edificio, les absolvió de sus pecados antes de partir.
Cuando el 18 de septiembre acabaron los trabajos de construcción de la mina, todo era optimismo entre los republicanos. Tal era la confianza en el plan de asedio que el mismísimo presidente del Gobierno Largo Caballero acudió a ver la operación. Y no fue sólo, sino que llevó consigo a un gran séquito de periodistas internacionales para que, en primera persona, advirtieran como la República acababa con aquella sublevación.
«Las gestiones para lograr la rendición de los sitiados, o al menos la evacuación de mujeres y niños habían sido infructuosas, el Ejército Expedicionario de Varela avanzaba por el Tajo… el viernes 18 de septiembre de 1936, tras media hora de bombardeo artillero, a las 6:31 de la mañana una mano desconocida activó el mecanismo eléctrico que produjo la explosión junto a los sótanos del Alcázar de dos minas cargadas con aproximadamente 2.500 kilos de trilita cada una de ellas», añade el autor español en su obra.
Vista del Alcázar por Casiano Alguacil (segunda mitad del siglo xix)
El asalto final

Unos segundos después de accionar las palancas de los detonadores, una ensordecedora explosión encogió los corazones de todos los allí presentes. Tras disiparse el humo, los asaltantes observaron que el torreón suroeste y la fachada oeste habían quedado convertidas en una pila gigantesca de escombros y cenizas. Era el momento de hacer sangrar a los sitiados.
Después de la explosión, comenzó un asalto masivo por parte de 4 columnas republicanas (unos 2.500 soldados). Sin embargo, lo que no sabían las tropas gubernamentales es que se dirigían a una trampa mortal provocada por la explosión que ellos mismos habían llevado a cabo.
Fue un desastre. La primera columna, la cual pretendía avanzar por el lugar en el que habían hecho explosión las minas, se encontró con que la detonación había creado un gigantesco cráter casi impracticable. Sus vidas estaban sentenciadas ya que, en cuanto intentaron atravesar esta gran abertura, fueron tiroteados a placer desde la parte superior de las ruinas del Alcázar.
Tampoco tuvieron demasiada suerte las tropas que trataron de asaltar la zona sureste y oeste del edificio, pues recibieron una ingente cantidad de fuego de fusilería por parte de los defensores. Únicamente las fuerzas que atacaron la fachada norte lograron poner los pies sobre el suelo del Alcázar, pero, ante la falta de refuerzos, terminaron cayendo frente a los sublevados en un sangriento intercambio de balas. Ni siquiera los vehículos blindados pudieron modificar el resultado de la batalla, pues los escombros redujeron drásticamente su capacidad de movimiento.
A las pocas horas, una vez que se disipó el humo de la artillería y los fusiles, el panorama era dantesco. Y es que, aunque los defensores habían considerables bajas (aproximadamente 60) el asalto no había conseguido su objetivo. Tras el catastrófico asedio, los republicanos volvieron a su plan original: bombardear con artillería el Alcázar hasta reducirlo a cenizas.

Llega Varela

No obstante, la situación había tomado ya un rumbo inamovible y, aunque en los días posteriores los republicanos trataron de asaltar el Alcázar, fueron rechazados de nuevo. Finalmente, y después de decidir desviarse a costa de no presionar Madrid, las tropas de Varela llegaron a las inmediaciones de Toledo el día 28 y, para felicidad de los sitiados, liberaron la fortaleza.
Mientras, las tropas gubernamentales decidieron retirarse para evitar ser atrapadas entre dos fuegos. Había acabado la batalla por el Alcázar de Toledo, y lo había hecho con más de 90 fallecidos por el bando nacional y una cantidad imposible de cuantificar por parte del ejército gubernamental.
Después de la liberación se vivió, al parecer, el último suceso destacado y que aún resuena en el imaginario colectivo. Cuando Varela visitó las ruinas del edificio que había cobijado a los sublevados durante más de 70 días, Moscardó no lo dudó e informó a su superior de la siguiente forma: «Sin novedad en el Alcázar, mi general».

Muere Federico Fuentes, el último combatiente del Alcázar de Toledo

17/01/2018 



A las 5.30 horas de este miércoles ha fallecido en Toledo, a punto de cumplir los 100 años de edad, el general de Brigada Federico Fuentes Gómez de Salazar, último combatiente del Alcázar de Toledo. El funeral se celebrará este jueves a las 9.00 horas en el Tanatorio de la capital de Castilla-La Mancha y posteriormente sus cenizas serán depositadas, como él quería, en la cripta del Alcázar de Toledo, de cuyo museo fue director una veintena de años.
En 2010, con motivo de la inauguración del actual Museo del Ejército, espectacular y moderno recinto adosado al mítico baluarte, Federico Fuentes concedió una entrevista a ABC. En ese momento, el general, de exquisita educación, era el único combatiente que quedaba con vida protagonista de los sucesos que tuvieron lugar entre el 21 de julio y el 27 de septiembre de 1936, esos que fueron bautizados como el «asedio» o la «gesta» del Alcázar, cuando la Historia de España estrenaba uno de sus más tristes episodios, la Guerra Civil. «Estoy encantado porque el museo no podía estar en mejor sitio, y para el Alcázar es un honor por representar al Ejército español», dijo entonces a este diario.
Federico tenía 17 años cuando los avatares de aquella contienda fraticida le llevaron al Alcázar, donde se presentó voluntario para luchar por su bando, el de su familia, el de varias generaciones de militares, una detrás de otra…, «y yo, claro, quería ser militar, era mi vocación». Poco podía imaginar aquel jovenzuelo enjuto, fibroso y con unos ojos azules que atraían las miradas femeninas, que el día que entró en el recinto militar iba a ser el primero de un encierro de 72 días, los mismos que transcurrieron hasta que el bando vencedor liberara la fortaleza y con ella a las cientos de personas entre civiles y militares que resistieron a los casi dos meses y medio de tiroteos, primero, y bombardeos sin tregua después por parte de las tropas del otro bando, «el enemigo», como en todo momento, en lenguaje castrense, se refirió el general a los milicianos gubernamentales del Frente Popular.
Patio (2017)
La conversación

Al mando del Alcázar sitiado se encontraba el coronel José Moscardó, «un hombre alto y fuerte, un poco nervioso pero muy decidido»…El despacho de Moscardó estaba en el torreón suroeste del Alcázar. Mientras tenía lugar la entrevista con nuestro protagonista, este despacho no iba a poder ser visitado por el público cuando se abriera el Museo del Ejército. Esta decisión del Ministerio de Defensa, que por entonces dirigía la socialista Carme Chacón, al parecer derivaba del argumento de que tanto el despacho como la famosa conversación entre Moscardó y su hijo eran «falsos históricos», un montaje para turistas que no convenía exhibir en un museo de los ejércitos en el siglo XXI.
¿Y qué opinaba de esto el general Fuentes mientras conversaba con ABC? «Que me hace mucha gracia porque yo oí hablar a Moscardó, de modo que puedo dar fe de esa conversación en que el coronel mandó a su hijo a la muerte. Además, lo escuchó el telefonista, un muchacho que era soldado, y luego relató tal y como fue la conversación. Yo estaba al lado del despacho con un grupo de gente, un cadete, mi hermano y mis primos, pero sólo oímos hablar a Moscardó…, el hijo estaba en la cárcel».
Efectivamente, aunque el historiador Paul Preston cuestionó la veracidad de este breve diálogo entre padre e hijo, al otro lado del hilo telefónico, en esa cárcel a la que se refería el general Fuentes y que estaba en el edificio de la Diputación de Toledo, Luis Moreno Nieto, ya fallecido, corresponsal de ABC durante 50 años, estaba preso en la celda de al lado de Luis Moscardó. Según contó el recordado periodista a este diario, lo vio salir abatido después de la famosa conversación, que luego corroboraron tanto el portero de la Diputación –que estaba en el despacho de Presidencia- como el telefonista.
Curiosamente, en la actualidad, el despacho del general Moscardó es uno de los principales atractivos del Museo del Ejército, aunque no se puede escuchar la reproducción de la histórica conversación entre el general y su hijo el 23 de julio de 1936.
Vista del alcázar al anochecer
Triste guerra

El general Fuentes era un hombre elegante y caballeroso. Pulcramente vestido con una rebeca de fina lana y un pañuelo atado al cuello, llevaba caladas unas gafas Ray-Ban oscuras tipo aviador y conservaba una memoria espléndida, la misma que le ha acompañado hasta el día de su muerte, según ha dicho a ABC su hija Lola. Vivía rodeado del cariño de sus nueve hijos, quienes en todo momento estaban pendientes de él en sus actividades cotidianas.
En aquel verano de 1936, Federico Fuentes entró en el Alcázar a pesar de la oposición de su madre, quien, no obstante, «comprendía que era mi deber». A lo largo de toda la conversación, al general se le humedecían los ojos al hablar de aquellos tristes hechos: «Una guerra civil es lo peor que puede existir».
Mientras se declaraba el estado de guerra en Toledo, Federico entró de los últimos en el baluarte cuando ya casi se adivinaba el silbar de las balas. Fuera dejaba una novia y a gran parte de su familia, residente en el número 5 de la Bajada del Pozo Amargo. El cartel de «Puesto de socorro» que colgó hábilmente en el balcón uno de los vecinos, médico de profesión, los salvó de ser capturados por las tropas republicanas. Federico permaneció 72 días preocupado por su familia, de la que tan sólo le separaban «180 metros contando desde una esquina del Alcázar».

En campo enemigo

«Los bombardeos venían de dos frentes, y nos tiraban hasta del mismo Zocodover, nos tenían rodeados», contó. La experiencia fue dura y su audacia, patente. Vestido de paisano, con sólo una pistola, era de los pocos que se atrevían a salir a las calles internándose en campo enemigo para volver con algo de comida ante la enorme escasez de los alimentos más báscos. «Organizábamos salidas nocturnas, faltaban muchos víveres; íbamos con mucho cuidado porque al menor ruido comenzaban a disparar». El hambre llevó a los asediados a comerse algún caballo o algún mulo que eran sacrificados para luego repartirse la carne entre tantos: «Estaba riquísimo, pero tocábamos a poco». Federico fue herido en una ocasión y también trasladó a otros compañeros heridos hasta los sótanos del Alcázar, donde estaba el botiquín. «Yo no fui un héroe sino un voluntario que me apuntaba a todo. ¿Valiente? …pues sí, y es que tenía 18 años, lo mejor de mi vida, eso ya lo tengo grabado para los restos. Pero tengo un recuerdo agridulce por haber cumplido con un deber de patriota y triste por lo que ocurrió en uno y otro bando, porque también ellos me daban pena», decía el general con un atisbo de lágrimas en los ojos.
Cuando el 27 de septiembre de 1936 las tropas nacionales entraron en el Alcázar y lo liberaron, «aquella noche me fumé 18 cigarros de los gordos». Y es que a los dos días de iniciarse el asedio se agotó el tabaco dentro y Federico y sus amigos se fumaban las hojas secas de los árboles.
Ruinas del Alcazar de Toledo

Toda una vida

El general Federico Fuentes salió ese día del Alcázar y se hizo militar, luchó con la División Azul y en un momento de su vida profesional ocupó el cargo de director del Museo del Alcázar. Antes de despedirnos, rehusó posar –humilde- ante el nutrido medallero que colgaba de la pared del salón. Y leyó unas palabras de Moscardó impresas en un trofeo: «Cada fortaleza tiene una leyenda y un fantasma. El Alcázar de Toledo, cargado de mitos, cuenta en cada piedra la legendaria Historia de nuestra Infantería».

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