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| Vista desde el Cuartel del Conde-Duque |
El palacio de Liria es un gran palacio urbano español del siglo xviii, residencia de la Casa de Alba en Madrid y principal sede de su colección de arte y archivo histórico, ambos de gran valor.1 Se ubica en los números 20-22 de la actual calle de la Princesa, en una zona conocida antaño como barrio de los Afligidos.
De él se cuenta que es el domicilio particular más grande de Madrid (200 estancias en 3500 m²) y que sus amplios jardines son los únicos de propiedad privada que figuran destacados en muchos planos de la ciudad.
Fue reconocido ya en su época como la mejor mansión de la aristocracia madrileña, solo superado por el Palacio Real.
historia
Construcción en el siglo XVIII
En la construcción del palacio de Liria intervinieron, entre otros arquitectos, el francés Louis Guilbert y Ventura Rodríguez. Sus promotores y primeros propietarios no fueron los duques de Alba de Tormes sino otra saga aristocrática, de origen británico: los duques de Berwick. Fue décadas después de su inauguración cuando el palacio pasó a asociarse a la Casa de Alba, por fusión con la de Berwick.
El primer duque de Berwick, James Fitz-James (1670-1734), fue un hijo ilegítimo del rey Jacobo II de Inglaterra que se labró una larga carrera militar. Tras residir principalmente en Inglaterra y Francia, echó las raíces de su linaje en España cuando entró al servicio del pretendiente francés Felipe de Borbón en la Guerra de Sucesión Española. Por su triunfo en la decisiva batalla de Almansa (1707), el duque de Berwick recibió del flamante primer rey Borbón español, Felipe V, el ducado de Liria y Jérica así como el Toisón de Oro.
Tras una guerra que había durado más de diez años el contexto político en España seguía siendo inestable, y los duques de Liria decidieron erigir su residencia madrileña en un barrio con gran presencia militar, cerca del Real Alcázar; colindante con su parcela se construía el Cuartel del Conde-Duque para las tropas de Guardia de Corps, encargadas de proteger a la familia real.
La construcción del palacio se demoró por diversas causas y finalmente (tras un lapso de cuatro décadas) fue el III duque de Liria quien lo impulsó y terminó gracias a las cuantiosas rentas que percibía por el ducado de Veragua. Aunque vivía de manera habitual en París, decidió construir en Madrid una gran mansión al nuevo gusto neoclásico, que encargó a Louis Guilbert. Este arquitecto —del que subsiste poquísima documentación— se inspiró en las residencias urbanas de tipo petit hôtel que estaban de moda en la capital francesa. Las obras se iniciaron hacia 1767, pero se alargaron varios años y Guilbert fue despedido en 1771, debido a deficiencias constructivas en el palacio (aparecieron grietas) y también por sospechas de malversación. Para culminar los trabajos se recurrió a Ventura Rodríguez, a quien los historiadores atribuían los mayores méritos del edificio, pero las últimas investigaciones matizan tal autoría: Guilbert hubo de ser el principal autor y Ventura Rodríguez se habría limitado a rectificar errores técnicos. De hecho ahora se juzga que Liria no encaja en el estilo que él desarrollaba entonces.
La fase de construcción se dio por terminada en 1785 y los interiores fueron rápidamente equipados y decorados: al año siguiente el cronista Joseph Townsend describió el palacio como el más elegante y confortable de la ciudad, y en 1787 el novelista William Beckford lo elogió como «la mansión más espléndida de Madrid». En sus salones se celebraban animadas tertulias, con música, sesiones de dibujo y cenas hasta la madrugada. En siglos posteriores han seguido visitando Liria personajes ilustres como Unamuno, Gregorio Marañón, Ortega y Gasset, el crítico de arte Bernard Berenson, estrellas de cine como Audrey Hepburn, Charlton Heston y Sofía Loren, y la familia real española. En 1968 se alojó aquí la antigua reina Victoria Eugenia (en el exilio desde 1931) al regresar fugazmente a Madrid con motivo del bautizo del actual rey Felipe VI. En febrero de 2015, visitaron el palacio el veterano diseñador Valentino y Elizabeth Hurley.
En 1802 falleció sin hijos María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, xiii duquesa de Alba de Tormes y musa de Goya, y fue entonces cuando las casas nobiliarias de Alba y Berwick (Liria) se unieron bajo un mismo titular: su familiar Carlos Miguel Fitz-James Stuart y Silva, quien pasó a ser XIV duque de Alba de Tormes y VII duque de Berwick y quien estaba emparentado con la fallecida duquesa de Alba por ser el sobrino-bisnieto de Fernando de Silva y Álvarez de Toledo, XII duque Alba de Tormes y abuelo de la XIII duquesa de Alba de Tormes.
Las propiedades que el nuevo duque heredó no incluyeron la residencia habitual de su tía, el palacio de Buenavista, adquirido por el Ayuntamiento de Madrid, por lo que la saga Berwick-Alba mantuvo Liria como su domicilio principal. Buenavista pasó a manos de Manuel Godoy, cedido por el Ayuntamiento, y actualmente es Cuartel General del Ejército. La otra importante residencia de la difunta duquesa de Alba, el palacio de la Moncloa, tampoco pasó a los Berwick ya que, a su fallecimiento, el rey Carlos IV lo adquirió junto con la huerta para añadirlos al Real Sitio de la Florida que, a partir de entonces, fue conocido como el Real Sitio de la Moncloa.
Liria fue ligeramente reformado hacia 1900 por Edwin Lutyens, pero dichos cambios no subsistieron al incendio que arrasó sus interiores en 1936, tras el cual fue reconstruido según planos del mismo arquitecto inglés.
Nombre del edificio
El origen de la denominación del palacio de Liria se debe a que don Carlos Bernardo Fitz-James Stuart y Silva, IV duque de Liria y Jérica nació en la localidad valenciana de Liria, porque sus padres se instalaron entre los años 1751 y 1753 en la Casa de la Vila de Liria, edificio conocido también por el nombre de palacio de los Duques de Liria. Era hijo de Jacobo Francisco Fitz-James Stuart y Colón de Portugal, III duque de Liria y Jérica y III duque de Berwick, y de su esposa María Teresa de Silva y Álvarez de Toledo, hermana de Fernando de Silva y Álvarez de Toledo, XII duque de Alba de Tormes.
Durante meses la duquesa había intentado en vano quedarse encinta, y ya desesperada por la situación, ocurrió que la duquesa engendró y dio a luz en la localidad valenciana a su primogénito y único hijo varón: Carlos Bernardo Fitz-James Stuart y Silva. En agradecimiento a tan buen recuerdo, el duque nombró como palacio de Liria al palacio que años más tarde se construyó en Madrid.
Descripción del edificio
Aunque llamado por algún experto «el hermano menor del Palacio Real», el palacio de Liria difiere bastante de aquél, pues fue diseñado de acuerdo a los nuevos gustos en boga en París, en lugar de imitar la arquitectura de raíz italiana implantada en los Reales Sitios por arquitectos como Juan Bautista Sacchetti y Francesco Sabatini. Al margen de sus tesoros artísticos, Liria es seguramente el mejor edificio civil del siglo xviii que subsiste en el centro de Madrid, sólo superado por la citada residencia real; ya en origen era el palacio más confortable y moderno, y en siglos posteriores casi todas las grandes mansiones de su época han resultado demolidas o muy alteradas.
La actual residencia de los Alba es un ejemplo típico del naciente neoclasicismo del siglo xviii, que dejaba atrás la exuberancia del rococó y del estilo churrigueresco español para adoptar recetas de los palacios urbanos parisinos. Dentro de una simetría rigurosa, recupera las pilastras y columnas de tradición clásica en un afán de grandeza que evita la monotonía gracias al contraste de formas y materiales.
Al modo de los palacios franceses, la mansión es exenta y se ubica en el centro de una amplia parcela vallada, no en primera línea de la calle. Ello puede deberse a razones de seguridad, al igual que la elección del lugar, cerca del Cuartel del Conde-Duque. El jardín delantero hubo de ser inicialmente una explanada despejada, a modo de cour d'honneur o plaza de armas, pero en la actualidad está poblado por árboles de acuerdo con la estética romántica inglesa. El jardín trasero es geométrico al modo de Versalles, con parterres delineados por setos. Sufrió diversos cambios en los siglos xviii y xix, y en 1915 recobró su estética versallesca gracias a una reforma del famoso paisajista Nicolas Forestier.
La planta del edificio adopta la forma de un rectángulo inusualmente alargado, al contrario de lo habitual en los palacios españoles, más cuadrados y con grandes patios interiores. Como fachadas principales se eligieron los dos lados más amplios del bloque (orientados a la calle Princesa y al jardín privado) los cuales dominan los jardines a modo de telón o decorado; un efecto más estético que práctico, que magnifica la presencia del edificio. Visto de costado Liria parece más bien estrecho, dentro de su gran tamaño: 3.500 metros cuadrados distribuidos en 200 habitaciones, de las que 26 son salones.
La fachada se divide en tres franjas horizontales. La baja es de piedra almohadillada, solución de Guilbert que Ventura Rodríguez respetó en parte al encontrársela ya construida. La planta noble realmente incluye dos pisos (uno con balcones y otro superior con ventanas) y el edificio se remata con una tercera franja de ventanas en forma de friso o arquitrabe, que tiene un desarrollo singularmente grande, acaso para encubrir el tejado.
A pesar de su longitud, la fachada evita la monotonía dividiéndose visualmente en cinco cuerpos. El cuerpo central tetrástilo (con cuatro columnas) recuerda a la fachada sur del Palacio Real de La Granja. En la parte superior, se corona con una espadaña con temas heráldicos. Dicho cuerpo divide simétricamente la fachada; lo flanquean dos tramos más amplios de ventanas y balcones entre pilastras de orden gigante. La fachada termina en ambos extremos con otros dos tramos realzados con dobles pilastras. La trasera del edificio sigue la misma tónica, aunque sustituye la espadaña superior por cuatro esculturas de «trofeos».
Las dos fachadas laterales son más discretas, aunque no carecen de encanto (según opinaba el arquitecto Fernando Chueca Goitia). Debido a un desnivel del terreno, tienen soterrada la planta baja y conectan con los jardines mediante escalinatas.
Como era habitual en las antiguas mansiones europeas, el palacio concentra sus salones más importantes en la primera planta, la noble, enfilados y con balcones abiertos hacia los jardines. Los espacios interiores quedan reservados a la escalera principal, escaleras secundarias, la capilla y estancias de importancia menor. En la planta baja destaca la amplia biblioteca, con unos 9.000 libros, y la planta alta cuenta con salones más pequeños e informales, si bien igualmente decorados con pinturas y antigüedades. Los extremos del edificio albergan habitaciones más reducidas, que son las actualmente ocupadas como vivienda.
El palacio en el siglo XIX: esplendor y ventas
La actual riqueza artística del palacio de Liria tardó en llegar pues fue producto de diversas peripecias. Exceptuando unas pocas obras de arte, el grueso de la colección se ha ido sumando en los siglos xix y xx.
María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo —conocida como la duquesa Cayetana y como la musa de Goya— murió en 1802 sin hijos, y el título de Alba se unió al de Liria en su sobrino Carlos Miguel, del linaje Berwick, que sólo contaba ocho años de edad. Este quiebro genealógico se vio ensombrecido por un litigio: el nuevo duque y su familia no aceptaban el testamento de Cayetana, quien —careciendo de hijos o herederos directos— había repartido gran parte de sus bienes entre varios amigos. De la fastuosa colección artística de los Alba, el duque Carlos Miguel recibió sólo 32 cuadros. Otros habían pasado a manos de Manuel Godoy y terminaron en museos extranjeros; entre ellos, la Venus del espejo de Velázquez, La educación de Cupido de Correggio y La Madonna de Alba de Rafael.
Durante la Guerra de Independencia Española el joven XIV duque residió en Francia y, una vez pacificada Europa tras la derrota de Napoleón, emprendió un largo viaje por varios países. En Viena e Italia dio rienda suelta a su faceta mecénica y mundana: apoyó económicamente a varios artistas, costeó lujosas fiestas de disfraces, y compró pinturas de viejos maestros como Fra Angelico (Virgen de la granada), Perugino, Tiziano y Rembrandt. Además encargó varios cuadros a un pintor francés entonces emergente, Ingres, y sumó varios bustos y estatuas de Lorenzo Bartolini y de dos jóvenes artistas españoles que trabajaban en Roma: José Álvarez Cubero y Antonio Solá. También reunió varias esculturas romanas y cerámicas griegas, con las que pretendía abrir una galería que contribuyese a la formación de los artistas madrileños. Este incipiente museo privado iba a construirse en los jardines de Liria con planos de Isidro González Velázquez, pero no llegó a hacerse realidad.
En nueve años de periplo por Europa el duque Carlos Miguel sumó alrededor de doscientas pinturas, entre ellas muchas de las joyas italianas conservadas en Liria. Pero su Grand Tour se saldó con un desfase presupuestario: había gastado demasiado, sus rentas en España menguaban, y para pagar las deudas tuvo que malvender más de ochenta piezas. Entre ellas, unos tapices de Los Hechos de los Apóstoles de Rafael que habían pertenecido a Carlos I de Inglaterra.
La crisis económica se prolongó durante años en la Casa de Alba, y al menos en dos ocasiones (1840 y 1877) los siguientes duques pusieron en venta más obras de arte en París. Afortunadamente para la actual colección, varias pinturas importantes no llegaron a venderse (como un retrato de Murillo) y otras piezas fueron recompradas y terminarían volviendo al palacio. El acervo artístico se enriqueció también gracias al parentesco entre los Alba y Eugenia de Montijo: la exemperatriz de Francia falleció en 1920 en el palacio de Liria, al que aportó diversas pinturas, objetos decorativos y joyas. Destacan un gran retrato que le hizo Winterhalter, el cuadro de Goya La marquesa de Lazán, una tabla de Teniers, El marqués de Aytona a caballo atribuido a Van Dyck, una valiosa mesa de escritorio de estilo imperio, porcelanas de Sèvres y una deslumbrante diadema de diamantes y grandes perlas. Sería lucida por la XVIII duquesa Cayetana en su primera boda en 1947, y también la usó su hija Eugenia Martínez de Irujo en sus nupcias con Francisco Rivera Ordóñez.
Reconstrucción tras la Guerra Civil Española
El 17 de noviembre de 1936, en el transcurso de la Guerra Civil Española, el palacio de Liria resultó destruido casi por completo, mientras Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, el viudo XVII duque de Alba, residía con su única hija Cayetana en Londres; quedaron en pie tan sólo las fachadas. El suceso se debió a varios proyectiles de aviones franquistas4 que cayeron sobre el edificio y causaron un incendio imposible de atajar; siniestro del que luego se culpó al bando republicano. Por suerte, las pinturas y demás obras artísticas de mayor valor habían sido retiradas por orden del duque a otros edificios como el Banco de España o la embajada británica, y la documentación más importante se protegía en cajas metálicas, que se pudieron recuperar. También se salvaron numerosos muebles, tapices y armaduras, sacados al exterior por empleados de la casa y voluntarios republicanos. No tuvo igual suerte la enorme colección de libros y obras en papel, con unos 6.000 grabados y dibujos; muchos se quemaron y otros resultaron dañados por la lluvia tras arrojarse al jardín.
La reconstrucción del palacio (1948-56) tuvo que ser impulsada por la nueva duquesa Cayetana y su primer marido, pues el viejo duque falleció en 1953, cuando sólo se habían efectuado los trabajos de cimentación. Ella conservó el palacio porque se lo había prometido a su padre; de no haber sido así, el solar previsiblemente se habría vendido y ahora estaría ocupado con bloques de viviendas. En las obras la duquesa invirtió una fortuna; según algunas fuentes, la mitad de todo lo que tenía. Durante este periodo los Alba exhibieron parte de su colección en un inmueble cercano, al que llamaron «el museíllo». Su ordenación sería tenida en cuenta cuando los cuadros volvieron a colgarse en Liria.
La reconstrucción del palacio permitió crear nuevos salones con decoración y nombres de acuerdo a las colecciones artísticas: Salón italiano, Salón del Gran Duque, Salón español, Salón Goya... El proyecto fue dirigido por el arquitecto Manuel Cabanyes Mata siguiendo planos elaborados años antes por el difunto Edwin Lutyens, viejo conocido de la familia y famoso por su ordenación urbana de Nueva Delhi. Los mayores cambios se introdujeron en la escalera principal, ensanchada y embellecida con columnas y balaustres. También la capilla con lienzos de Josep Maria Sert se había desmoronado en parte; se reconstruyó y mantiene (si bien incompleta) su anterior decoración. En la planta baja la biblioteca se rehízo en madera, que posteriormente fue pintada de verde imitando los acabados originales de malaquita, perdidos en el incendio.
El palacio fue redecorado a la antigua: techos con molduras y casetones, suelos de parqué, paredes enteladas, chimeneas de mármol, grandes lámparas de araña, muebles de estilo rococó... La ambientación fue tan mimética que apenas se percibe que es una reconstrucción moderna. El recibidor está pavimentado con mármoles y teselas con el año 1953, fecha que alude al fallecido duque de Alba y no a la conclusión de las obras, que fue tres años después. El friso de la escalera muestra un lema de Cicerón en latín; alude a conservar el legado de los antepasados.
La inauguración de Liria ya reconstruido tuvo lugar el 13 de junio de 1956.
En 1959, la duquesa Cayetana y el alcalde conde de Mayalde del Ayuntamiento de Madrid, colocaron una placa conmemorativa que decía:
ESTE PALACIO JOYA ARQUITECTÓNICA
DEL SIGLO XVIII
DESTRUIDO DURANTE
LA GVERRA DE LIBERACIÓN
FUE RECONSTRUIDO POR EL Excm.
Sr. D. JACOBO ESTVART Y FALCO
DVQUE DE BERWICK Y DE ALBA
EN EL AÑO MCMLIII
EL AYVNTAMIENTO DE MADRID
LE DEDICA ESTE RECUERDO
EN RECONOCIMIENTO A SV NOBLE RASGO
MADRID MCMLIX
Posteriormente esta placa sería reemplazada por otra, donde se sustituyó la discutible alusión «guerra de liberación» por otra más neutra.
El palacio recobró su protagonismo en la vida social de Madrid rápidamente, y ya en 1959 albergó con fines benéficos un desfile de modelos con la nueva colección de Christian Dior, al que acudió el nuevo diseñador de dicha firma francesa: Yves Saint Laurent. Se vendieron 2.000 entradas a 500 pesetas, precio muy elevado para la época.
El palacio de Liria sigue perteneciendo a la Casa de Alba y es residencia oficial de su jefe, como poseedor del título de duque de Liria y Jérica. Al igual que otras propiedades históricas de la familia, es gestionado por la Fundación Casa de Alba. En 1974 fue declarado Bien de Interés Cultural.
Turismo
Las dos vidas del palacio de Liria
2011
Nada más cruzar la puerta principal, un imponente escudo de armas, en el suelo del hall, realizado con pequeños mosaicos llama la atención sobre dos fechas grabadas en dorado: 1773 y 1953. Corresponden a las dos vidas del palacio de Liria. Aunque, para saber mejor de su historia conviene remontarse a principios del XVIII. Cuando Jacobo Fitz-James Stuart, nacido de los amores ilegítimos del rey Jacobo II y su amante Arabella, antepasada de Winston Churchill (con quien tendría otros tres hijos más) recibe de Felipe V el ducado de Liria por su paseo triunfal en la batalla de Almansa (1707).
Pero él no pisó España salvo para guerrear. Fue su nieto, Jacobo Fitz-James Stuart y Colón, casado con la aristócrata española María Teresa de Silva, quien inició la construcción del palacio de Liria. Como buen militar, pensó que nada mejor que instalarse cerca del Real Alcázar y al lado del cuartel Conde Duque que se estaba construyendo entonces. Llamó al más famoso de los arquitectos, Ventura Rodríguez, que ideó un edificio de gusto neoclásico que se inauguró en 1773.
Las visitas públicas acumulan una lista de espera de dos años
La segunda vida de este palacio está ligada a otro suceso bélico, la Guerra Civil española. Tras ser bombardeado por la Legión Cóndor durante la toma de Madrid en 1936, y ser pasto de las llamas, solo quedaron en pie las cuatro fachadas. Durante años permaneció en ruinas. Hasta que el 17º duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, embajador en Londres, encargó a su regreso la rehabilitación al arquitecto inglés Edwin Luyttens, que dirigió Manuel de Cabanyes. Pero su muerte en 1953, en Lausanne (Suiza) le impide ver más allá de los cimientos. La tenacidad y decisión de su única hija, Cayetana, que acababa de tener a su primer hijo, hizo que se retomaran unas obras tan costosas que mermaron a la mitad un más que abultado patrimonio diseminado por toda la geografía española.
El palacio de Liria es de planta rectangular y severa simetría, suavizada por unos soberbios jardines de aire afrancesado. Acoge el grueso de la colección de arte de la Casa de Alba: obras de Rubens, Rembrandt, Velázquez, El Greco, Zuloaga... y es además la sede de la fundación, lo que implica exenciones fiscales. Según la Ley de Patrimonio Histórico, está obligado a abrir sus puertas al público, en su caso solo cuatro días al mes (viernes por la mañana en grupos de 18 personas), razón por la que acumula una lista de espera de dos años. La demanda es brutal, aseguran en el palacio, que justifican el retraso "porque las peticiones llegan hasta de Australia".
Del origen inglés de la casa (Churchill se refería al duque de Alba como su "primo") habla, entre otros rincones, la biblioteca. En sus paredes pintadas de verde -imitando a la original que era de malaquita- proliferan los títulos en ese idioma, desde una historia del Cid (The Cid and his Spain, de Menéndez Pidal) hasta Death in the afternoon, de Hemingway. Total, 9.000 volúmenes de los 21.000 que se reparten por los 3.500 metros cuadrados del palacio y que resumen una historia del mundo envuelta en un cierto olor a abolengo.
De las cuatro plantas, al público solo se abre la primera. Una escalinata vigilada por alguna que otra armadura conduce a las 11 salas que se pueden visitar, de las 200 del palacio. Las estancias se reparten por estilos pictóricos, según el criterio de la presidenta del patronato de la fundación (la duquesa), que las visita a menudo cambiando objetos, y del vicepresidente (su hijo el duque de Huéscar) junto a sus asesores. Así, el salón italiano, dedicado casi por completo al Renacimiento, acoge una de las joyas de la corona, La virgen de la granada, de Fra Angelico, de las que solo hay otras dos en España, en el Prado y en el Thyssen.
Esta obra, serena, anticipa la expectación que genera la auténtica estrella del palacio: el retrato de Goya, colgado en el salón que lleva su nombre, a la 13ª duquesa de Alba. Cayetana y la perrita a sus pies con un lazo rojo anudado en la pata. Una hermosa y liberal mujer perseguida por la polémica entonces y hoy. Mecenas y musa de Goya, y quién sabe si amantes, ese mismo cuadro ilustra la portada de la polémica biografía Aguirre el magnífico (Alfaguara), de Manuel Vicent sobre el segundo marido de la duquesa, Jesús Aguirre. Junto al famoso cuadro está la mesa de escritorio que también tiene su historia. Durante la Guerra Civil, las obras de mayor valor se guardaron en el Banco de España y en la Embajada británica. Pero hubo objetos que se desperdigaron. Algunos acabaron en chamarilerías y otros en despachos de Estado como esa mesa en la que un día el duque de Alba de visita al despacho del cuñadísimo de Franco, Serrano Súñer, se lo encontró detrás de ella.
Ese mueble había pertenecido a Eugenia de Montijo, que frecuentaba a menudo el palacio invitada por su hermana Paca, casada con el 15º duque de Alba, y donde le sorprendió la muerte en 1920. La huella de la emperatriz de Francia se deja ver en la decoración. En el despacho del padre de la actual duquesa, que más parece una habitación que un lugar de trabajo, permanece un pequeño costurero de la mujer de Napoleón III. Como si alguien acabara de utilizarlo. Tres retratos que pintó Zuloaga acaban de dar a la estancia un aire familiar: el padre de Cayetana de Alba, su madre, y ella montada en un poney, una experiencia (la de pintar a la niña duquesa) que dejó exhausto al pintor: "No volveré a pintar a un niño", resolvió el artista.
El carácter museístico del palacio se mezcla con la vida cotidiana de una casa, que es la residencia en Madrid de la duquesa y dos de sus hijos. El arte convive con imágenes familiares del primer marido de Cayetana y padre de sus hijos, Luis Martínez de Irujo; de don Juan de Borbón o la familia real con los príncipes y las infantas de niños, que hablan de la fuerte impronta monárquica de la Casa de Alba. Las pocas notas contemporáneas llegan de otras fotografías: las del duque de Huéscar con su exesposa y sus hijos; Eugenia, la única mujer de los seis descendientes de la duquesa o ella junto a Aguirre saludando a Felipe González ("una cuestión de amistad, no política", matizan).
La zona más mundana se aprecia en el soberbio salón de baile. En su suelo de madera quedan marcas de los tacones de aguja de un pasado más glorioso. Sirvió de pasarela para un desfile de Christian Dior organizado por Cayetana de Alba, pero desde hace años permanece extrañamente silencioso, como el resto del palacio.
En cambio, un imponente comedor, la última etapa de la visita, sigue siendo escenario de comidas en familia y reuniones de amigos. O de trabajo. Jacobo Siruela, el hijo editor de la duquesa, prepara una guía del palacio que tiene previsto publicar en octubre y un libro con la historia del inmenso pasado de la familia con más títulos del mundo a través de su patrimonio. En el jardín, una pequeña grúa se lleva a duras penas un enorme cepellón de un cedro que ha contemplado los últimos 200 años de la historia del palacio. Esa quietud lograda a base de siglos se rompe con el ruido del infernal tráfico nada más atravesar la verja de hierro.
historia
Construcción en el siglo XVIII
En la construcción del palacio de Liria intervinieron, entre otros arquitectos, el francés Louis Guilbert y Ventura Rodríguez. Sus promotores y primeros propietarios no fueron los duques de Alba de Tormes sino otra saga aristocrática, de origen británico: los duques de Berwick. Fue décadas después de su inauguración cuando el palacio pasó a asociarse a la Casa de Alba, por fusión con la de Berwick.
El primer duque de Berwick, James Fitz-James (1670-1734), fue un hijo ilegítimo del rey Jacobo II de Inglaterra que se labró una larga carrera militar. Tras residir principalmente en Inglaterra y Francia, echó las raíces de su linaje en España cuando entró al servicio del pretendiente francés Felipe de Borbón en la Guerra de Sucesión Española. Por su triunfo en la decisiva batalla de Almansa (1707), el duque de Berwick recibió del flamante primer rey Borbón español, Felipe V, el ducado de Liria y Jérica así como el Toisón de Oro.
Tras una guerra que había durado más de diez años el contexto político en España seguía siendo inestable, y los duques de Liria decidieron erigir su residencia madrileña en un barrio con gran presencia militar, cerca del Real Alcázar; colindante con su parcela se construía el Cuartel del Conde-Duque para las tropas de Guardia de Corps, encargadas de proteger a la familia real.
La construcción del palacio se demoró por diversas causas y finalmente (tras un lapso de cuatro décadas) fue el III duque de Liria quien lo impulsó y terminó gracias a las cuantiosas rentas que percibía por el ducado de Veragua. Aunque vivía de manera habitual en París, decidió construir en Madrid una gran mansión al nuevo gusto neoclásico, que encargó a Louis Guilbert. Este arquitecto —del que subsiste poquísima documentación— se inspiró en las residencias urbanas de tipo petit hôtel que estaban de moda en la capital francesa. Las obras se iniciaron hacia 1767, pero se alargaron varios años y Guilbert fue despedido en 1771, debido a deficiencias constructivas en el palacio (aparecieron grietas) y también por sospechas de malversación. Para culminar los trabajos se recurrió a Ventura Rodríguez, a quien los historiadores atribuían los mayores méritos del edificio, pero las últimas investigaciones matizan tal autoría: Guilbert hubo de ser el principal autor y Ventura Rodríguez se habría limitado a rectificar errores técnicos. De hecho ahora se juzga que Liria no encaja en el estilo que él desarrollaba entonces.
La fase de construcción se dio por terminada en 1785 y los interiores fueron rápidamente equipados y decorados: al año siguiente el cronista Joseph Townsend describió el palacio como el más elegante y confortable de la ciudad, y en 1787 el novelista William Beckford lo elogió como «la mansión más espléndida de Madrid». En sus salones se celebraban animadas tertulias, con música, sesiones de dibujo y cenas hasta la madrugada. En siglos posteriores han seguido visitando Liria personajes ilustres como Unamuno, Gregorio Marañón, Ortega y Gasset, el crítico de arte Bernard Berenson, estrellas de cine como Audrey Hepburn, Charlton Heston y Sofía Loren, y la familia real española. En 1968 se alojó aquí la antigua reina Victoria Eugenia (en el exilio desde 1931) al regresar fugazmente a Madrid con motivo del bautizo del actual rey Felipe VI. En febrero de 2015, visitaron el palacio el veterano diseñador Valentino y Elizabeth Hurley.
En 1802 falleció sin hijos María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, xiii duquesa de Alba de Tormes y musa de Goya, y fue entonces cuando las casas nobiliarias de Alba y Berwick (Liria) se unieron bajo un mismo titular: su familiar Carlos Miguel Fitz-James Stuart y Silva, quien pasó a ser XIV duque de Alba de Tormes y VII duque de Berwick y quien estaba emparentado con la fallecida duquesa de Alba por ser el sobrino-bisnieto de Fernando de Silva y Álvarez de Toledo, XII duque Alba de Tormes y abuelo de la XIII duquesa de Alba de Tormes.
Las propiedades que el nuevo duque heredó no incluyeron la residencia habitual de su tía, el palacio de Buenavista, adquirido por el Ayuntamiento de Madrid, por lo que la saga Berwick-Alba mantuvo Liria como su domicilio principal. Buenavista pasó a manos de Manuel Godoy, cedido por el Ayuntamiento, y actualmente es Cuartel General del Ejército. La otra importante residencia de la difunta duquesa de Alba, el palacio de la Moncloa, tampoco pasó a los Berwick ya que, a su fallecimiento, el rey Carlos IV lo adquirió junto con la huerta para añadirlos al Real Sitio de la Florida que, a partir de entonces, fue conocido como el Real Sitio de la Moncloa.
Liria fue ligeramente reformado hacia 1900 por Edwin Lutyens, pero dichos cambios no subsistieron al incendio que arrasó sus interiores en 1936, tras el cual fue reconstruido según planos del mismo arquitecto inglés.
Nombre del edificio
El origen de la denominación del palacio de Liria se debe a que don Carlos Bernardo Fitz-James Stuart y Silva, IV duque de Liria y Jérica nació en la localidad valenciana de Liria, porque sus padres se instalaron entre los años 1751 y 1753 en la Casa de la Vila de Liria, edificio conocido también por el nombre de palacio de los Duques de Liria. Era hijo de Jacobo Francisco Fitz-James Stuart y Colón de Portugal, III duque de Liria y Jérica y III duque de Berwick, y de su esposa María Teresa de Silva y Álvarez de Toledo, hermana de Fernando de Silva y Álvarez de Toledo, XII duque de Alba de Tormes.
Durante meses la duquesa había intentado en vano quedarse encinta, y ya desesperada por la situación, ocurrió que la duquesa engendró y dio a luz en la localidad valenciana a su primogénito y único hijo varón: Carlos Bernardo Fitz-James Stuart y Silva. En agradecimiento a tan buen recuerdo, el duque nombró como palacio de Liria al palacio que años más tarde se construyó en Madrid.
Descripción del edificio
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| La espadaña del palacio de Liria. |
La actual residencia de los Alba es un ejemplo típico del naciente neoclasicismo del siglo xviii, que dejaba atrás la exuberancia del rococó y del estilo churrigueresco español para adoptar recetas de los palacios urbanos parisinos. Dentro de una simetría rigurosa, recupera las pilastras y columnas de tradición clásica en un afán de grandeza que evita la monotonía gracias al contraste de formas y materiales.
Al modo de los palacios franceses, la mansión es exenta y se ubica en el centro de una amplia parcela vallada, no en primera línea de la calle. Ello puede deberse a razones de seguridad, al igual que la elección del lugar, cerca del Cuartel del Conde-Duque. El jardín delantero hubo de ser inicialmente una explanada despejada, a modo de cour d'honneur o plaza de armas, pero en la actualidad está poblado por árboles de acuerdo con la estética romántica inglesa. El jardín trasero es geométrico al modo de Versalles, con parterres delineados por setos. Sufrió diversos cambios en los siglos xviii y xix, y en 1915 recobró su estética versallesca gracias a una reforma del famoso paisajista Nicolas Forestier.
La planta del edificio adopta la forma de un rectángulo inusualmente alargado, al contrario de lo habitual en los palacios españoles, más cuadrados y con grandes patios interiores. Como fachadas principales se eligieron los dos lados más amplios del bloque (orientados a la calle Princesa y al jardín privado) los cuales dominan los jardines a modo de telón o decorado; un efecto más estético que práctico, que magnifica la presencia del edificio. Visto de costado Liria parece más bien estrecho, dentro de su gran tamaño: 3.500 metros cuadrados distribuidos en 200 habitaciones, de las que 26 son salones.
La fachada se divide en tres franjas horizontales. La baja es de piedra almohadillada, solución de Guilbert que Ventura Rodríguez respetó en parte al encontrársela ya construida. La planta noble realmente incluye dos pisos (uno con balcones y otro superior con ventanas) y el edificio se remata con una tercera franja de ventanas en forma de friso o arquitrabe, que tiene un desarrollo singularmente grande, acaso para encubrir el tejado.
A pesar de su longitud, la fachada evita la monotonía dividiéndose visualmente en cinco cuerpos. El cuerpo central tetrástilo (con cuatro columnas) recuerda a la fachada sur del Palacio Real de La Granja. En la parte superior, se corona con una espadaña con temas heráldicos. Dicho cuerpo divide simétricamente la fachada; lo flanquean dos tramos más amplios de ventanas y balcones entre pilastras de orden gigante. La fachada termina en ambos extremos con otros dos tramos realzados con dobles pilastras. La trasera del edificio sigue la misma tónica, aunque sustituye la espadaña superior por cuatro esculturas de «trofeos».
Las dos fachadas laterales son más discretas, aunque no carecen de encanto (según opinaba el arquitecto Fernando Chueca Goitia). Debido a un desnivel del terreno, tienen soterrada la planta baja y conectan con los jardines mediante escalinatas.
Como era habitual en las antiguas mansiones europeas, el palacio concentra sus salones más importantes en la primera planta, la noble, enfilados y con balcones abiertos hacia los jardines. Los espacios interiores quedan reservados a la escalera principal, escaleras secundarias, la capilla y estancias de importancia menor. En la planta baja destaca la amplia biblioteca, con unos 9.000 libros, y la planta alta cuenta con salones más pequeños e informales, si bien igualmente decorados con pinturas y antigüedades. Los extremos del edificio albergan habitaciones más reducidas, que son las actualmente ocupadas como vivienda.
El palacio en el siglo XIX: esplendor y ventas
La actual riqueza artística del palacio de Liria tardó en llegar pues fue producto de diversas peripecias. Exceptuando unas pocas obras de arte, el grueso de la colección se ha ido sumando en los siglos xix y xx.
María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo —conocida como la duquesa Cayetana y como la musa de Goya— murió en 1802 sin hijos, y el título de Alba se unió al de Liria en su sobrino Carlos Miguel, del linaje Berwick, que sólo contaba ocho años de edad. Este quiebro genealógico se vio ensombrecido por un litigio: el nuevo duque y su familia no aceptaban el testamento de Cayetana, quien —careciendo de hijos o herederos directos— había repartido gran parte de sus bienes entre varios amigos. De la fastuosa colección artística de los Alba, el duque Carlos Miguel recibió sólo 32 cuadros. Otros habían pasado a manos de Manuel Godoy y terminaron en museos extranjeros; entre ellos, la Venus del espejo de Velázquez, La educación de Cupido de Correggio y La Madonna de Alba de Rafael.
Durante la Guerra de Independencia Española el joven XIV duque residió en Francia y, una vez pacificada Europa tras la derrota de Napoleón, emprendió un largo viaje por varios países. En Viena e Italia dio rienda suelta a su faceta mecénica y mundana: apoyó económicamente a varios artistas, costeó lujosas fiestas de disfraces, y compró pinturas de viejos maestros como Fra Angelico (Virgen de la granada), Perugino, Tiziano y Rembrandt. Además encargó varios cuadros a un pintor francés entonces emergente, Ingres, y sumó varios bustos y estatuas de Lorenzo Bartolini y de dos jóvenes artistas españoles que trabajaban en Roma: José Álvarez Cubero y Antonio Solá. También reunió varias esculturas romanas y cerámicas griegas, con las que pretendía abrir una galería que contribuyese a la formación de los artistas madrileños. Este incipiente museo privado iba a construirse en los jardines de Liria con planos de Isidro González Velázquez, pero no llegó a hacerse realidad.
En nueve años de periplo por Europa el duque Carlos Miguel sumó alrededor de doscientas pinturas, entre ellas muchas de las joyas italianas conservadas en Liria. Pero su Grand Tour se saldó con un desfase presupuestario: había gastado demasiado, sus rentas en España menguaban, y para pagar las deudas tuvo que malvender más de ochenta piezas. Entre ellas, unos tapices de Los Hechos de los Apóstoles de Rafael que habían pertenecido a Carlos I de Inglaterra.
La crisis económica se prolongó durante años en la Casa de Alba, y al menos en dos ocasiones (1840 y 1877) los siguientes duques pusieron en venta más obras de arte en París. Afortunadamente para la actual colección, varias pinturas importantes no llegaron a venderse (como un retrato de Murillo) y otras piezas fueron recompradas y terminarían volviendo al palacio. El acervo artístico se enriqueció también gracias al parentesco entre los Alba y Eugenia de Montijo: la exemperatriz de Francia falleció en 1920 en el palacio de Liria, al que aportó diversas pinturas, objetos decorativos y joyas. Destacan un gran retrato que le hizo Winterhalter, el cuadro de Goya La marquesa de Lazán, una tabla de Teniers, El marqués de Aytona a caballo atribuido a Van Dyck, una valiosa mesa de escritorio de estilo imperio, porcelanas de Sèvres y una deslumbrante diadema de diamantes y grandes perlas. Sería lucida por la XVIII duquesa Cayetana en su primera boda en 1947, y también la usó su hija Eugenia Martínez de Irujo en sus nupcias con Francisco Rivera Ordóñez.
Reconstrucción tras la Guerra Civil Española
El 17 de noviembre de 1936, en el transcurso de la Guerra Civil Española, el palacio de Liria resultó destruido casi por completo, mientras Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, el viudo XVII duque de Alba, residía con su única hija Cayetana en Londres; quedaron en pie tan sólo las fachadas. El suceso se debió a varios proyectiles de aviones franquistas4 que cayeron sobre el edificio y causaron un incendio imposible de atajar; siniestro del que luego se culpó al bando republicano. Por suerte, las pinturas y demás obras artísticas de mayor valor habían sido retiradas por orden del duque a otros edificios como el Banco de España o la embajada británica, y la documentación más importante se protegía en cajas metálicas, que se pudieron recuperar. También se salvaron numerosos muebles, tapices y armaduras, sacados al exterior por empleados de la casa y voluntarios republicanos. No tuvo igual suerte la enorme colección de libros y obras en papel, con unos 6.000 grabados y dibujos; muchos se quemaron y otros resultaron dañados por la lluvia tras arrojarse al jardín.
La reconstrucción del palacio (1948-56) tuvo que ser impulsada por la nueva duquesa Cayetana y su primer marido, pues el viejo duque falleció en 1953, cuando sólo se habían efectuado los trabajos de cimentación. Ella conservó el palacio porque se lo había prometido a su padre; de no haber sido así, el solar previsiblemente se habría vendido y ahora estaría ocupado con bloques de viviendas. En las obras la duquesa invirtió una fortuna; según algunas fuentes, la mitad de todo lo que tenía. Durante este periodo los Alba exhibieron parte de su colección en un inmueble cercano, al que llamaron «el museíllo». Su ordenación sería tenida en cuenta cuando los cuadros volvieron a colgarse en Liria.
La reconstrucción del palacio permitió crear nuevos salones con decoración y nombres de acuerdo a las colecciones artísticas: Salón italiano, Salón del Gran Duque, Salón español, Salón Goya... El proyecto fue dirigido por el arquitecto Manuel Cabanyes Mata siguiendo planos elaborados años antes por el difunto Edwin Lutyens, viejo conocido de la familia y famoso por su ordenación urbana de Nueva Delhi. Los mayores cambios se introdujeron en la escalera principal, ensanchada y embellecida con columnas y balaustres. También la capilla con lienzos de Josep Maria Sert se había desmoronado en parte; se reconstruyó y mantiene (si bien incompleta) su anterior decoración. En la planta baja la biblioteca se rehízo en madera, que posteriormente fue pintada de verde imitando los acabados originales de malaquita, perdidos en el incendio.
El palacio fue redecorado a la antigua: techos con molduras y casetones, suelos de parqué, paredes enteladas, chimeneas de mármol, grandes lámparas de araña, muebles de estilo rococó... La ambientación fue tan mimética que apenas se percibe que es una reconstrucción moderna. El recibidor está pavimentado con mármoles y teselas con el año 1953, fecha que alude al fallecido duque de Alba y no a la conclusión de las obras, que fue tres años después. El friso de la escalera muestra un lema de Cicerón en latín; alude a conservar el legado de los antepasados.
La inauguración de Liria ya reconstruido tuvo lugar el 13 de junio de 1956.
En 1959, la duquesa Cayetana y el alcalde conde de Mayalde del Ayuntamiento de Madrid, colocaron una placa conmemorativa que decía:
ESTE PALACIO JOYA ARQUITECTÓNICA
DEL SIGLO XVIII
DESTRUIDO DURANTE
LA GVERRA DE LIBERACIÓN
FUE RECONSTRUIDO POR EL Excm.
Sr. D. JACOBO ESTVART Y FALCO
DVQUE DE BERWICK Y DE ALBA
EN EL AÑO MCMLIII
EL AYVNTAMIENTO DE MADRID
LE DEDICA ESTE RECUERDO
EN RECONOCIMIENTO A SV NOBLE RASGO
MADRID MCMLIX
Posteriormente esta placa sería reemplazada por otra, donde se sustituyó la discutible alusión «guerra de liberación» por otra más neutra.
El palacio recobró su protagonismo en la vida social de Madrid rápidamente, y ya en 1959 albergó con fines benéficos un desfile de modelos con la nueva colección de Christian Dior, al que acudió el nuevo diseñador de dicha firma francesa: Yves Saint Laurent. Se vendieron 2.000 entradas a 500 pesetas, precio muy elevado para la época.
El palacio de Liria sigue perteneciendo a la Casa de Alba y es residencia oficial de su jefe, como poseedor del título de duque de Liria y Jérica. Al igual que otras propiedades históricas de la familia, es gestionado por la Fundación Casa de Alba. En 1974 fue declarado Bien de Interés Cultural.
Turismo
Las dos vidas del palacio de Liria
2011
Nada más cruzar la puerta principal, un imponente escudo de armas, en el suelo del hall, realizado con pequeños mosaicos llama la atención sobre dos fechas grabadas en dorado: 1773 y 1953. Corresponden a las dos vidas del palacio de Liria. Aunque, para saber mejor de su historia conviene remontarse a principios del XVIII. Cuando Jacobo Fitz-James Stuart, nacido de los amores ilegítimos del rey Jacobo II y su amante Arabella, antepasada de Winston Churchill (con quien tendría otros tres hijos más) recibe de Felipe V el ducado de Liria por su paseo triunfal en la batalla de Almansa (1707).
Pero él no pisó España salvo para guerrear. Fue su nieto, Jacobo Fitz-James Stuart y Colón, casado con la aristócrata española María Teresa de Silva, quien inició la construcción del palacio de Liria. Como buen militar, pensó que nada mejor que instalarse cerca del Real Alcázar y al lado del cuartel Conde Duque que se estaba construyendo entonces. Llamó al más famoso de los arquitectos, Ventura Rodríguez, que ideó un edificio de gusto neoclásico que se inauguró en 1773.
Las visitas públicas acumulan una lista de espera de dos años
La segunda vida de este palacio está ligada a otro suceso bélico, la Guerra Civil española. Tras ser bombardeado por la Legión Cóndor durante la toma de Madrid en 1936, y ser pasto de las llamas, solo quedaron en pie las cuatro fachadas. Durante años permaneció en ruinas. Hasta que el 17º duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, embajador en Londres, encargó a su regreso la rehabilitación al arquitecto inglés Edwin Luyttens, que dirigió Manuel de Cabanyes. Pero su muerte en 1953, en Lausanne (Suiza) le impide ver más allá de los cimientos. La tenacidad y decisión de su única hija, Cayetana, que acababa de tener a su primer hijo, hizo que se retomaran unas obras tan costosas que mermaron a la mitad un más que abultado patrimonio diseminado por toda la geografía española.
El palacio de Liria es de planta rectangular y severa simetría, suavizada por unos soberbios jardines de aire afrancesado. Acoge el grueso de la colección de arte de la Casa de Alba: obras de Rubens, Rembrandt, Velázquez, El Greco, Zuloaga... y es además la sede de la fundación, lo que implica exenciones fiscales. Según la Ley de Patrimonio Histórico, está obligado a abrir sus puertas al público, en su caso solo cuatro días al mes (viernes por la mañana en grupos de 18 personas), razón por la que acumula una lista de espera de dos años. La demanda es brutal, aseguran en el palacio, que justifican el retraso "porque las peticiones llegan hasta de Australia".
Del origen inglés de la casa (Churchill se refería al duque de Alba como su "primo") habla, entre otros rincones, la biblioteca. En sus paredes pintadas de verde -imitando a la original que era de malaquita- proliferan los títulos en ese idioma, desde una historia del Cid (The Cid and his Spain, de Menéndez Pidal) hasta Death in the afternoon, de Hemingway. Total, 9.000 volúmenes de los 21.000 que se reparten por los 3.500 metros cuadrados del palacio y que resumen una historia del mundo envuelta en un cierto olor a abolengo.
De las cuatro plantas, al público solo se abre la primera. Una escalinata vigilada por alguna que otra armadura conduce a las 11 salas que se pueden visitar, de las 200 del palacio. Las estancias se reparten por estilos pictóricos, según el criterio de la presidenta del patronato de la fundación (la duquesa), que las visita a menudo cambiando objetos, y del vicepresidente (su hijo el duque de Huéscar) junto a sus asesores. Así, el salón italiano, dedicado casi por completo al Renacimiento, acoge una de las joyas de la corona, La virgen de la granada, de Fra Angelico, de las que solo hay otras dos en España, en el Prado y en el Thyssen.
Esta obra, serena, anticipa la expectación que genera la auténtica estrella del palacio: el retrato de Goya, colgado en el salón que lleva su nombre, a la 13ª duquesa de Alba. Cayetana y la perrita a sus pies con un lazo rojo anudado en la pata. Una hermosa y liberal mujer perseguida por la polémica entonces y hoy. Mecenas y musa de Goya, y quién sabe si amantes, ese mismo cuadro ilustra la portada de la polémica biografía Aguirre el magnífico (Alfaguara), de Manuel Vicent sobre el segundo marido de la duquesa, Jesús Aguirre. Junto al famoso cuadro está la mesa de escritorio que también tiene su historia. Durante la Guerra Civil, las obras de mayor valor se guardaron en el Banco de España y en la Embajada británica. Pero hubo objetos que se desperdigaron. Algunos acabaron en chamarilerías y otros en despachos de Estado como esa mesa en la que un día el duque de Alba de visita al despacho del cuñadísimo de Franco, Serrano Súñer, se lo encontró detrás de ella.
Ese mueble había pertenecido a Eugenia de Montijo, que frecuentaba a menudo el palacio invitada por su hermana Paca, casada con el 15º duque de Alba, y donde le sorprendió la muerte en 1920. La huella de la emperatriz de Francia se deja ver en la decoración. En el despacho del padre de la actual duquesa, que más parece una habitación que un lugar de trabajo, permanece un pequeño costurero de la mujer de Napoleón III. Como si alguien acabara de utilizarlo. Tres retratos que pintó Zuloaga acaban de dar a la estancia un aire familiar: el padre de Cayetana de Alba, su madre, y ella montada en un poney, una experiencia (la de pintar a la niña duquesa) que dejó exhausto al pintor: "No volveré a pintar a un niño", resolvió el artista.
El carácter museístico del palacio se mezcla con la vida cotidiana de una casa, que es la residencia en Madrid de la duquesa y dos de sus hijos. El arte convive con imágenes familiares del primer marido de Cayetana y padre de sus hijos, Luis Martínez de Irujo; de don Juan de Borbón o la familia real con los príncipes y las infantas de niños, que hablan de la fuerte impronta monárquica de la Casa de Alba. Las pocas notas contemporáneas llegan de otras fotografías: las del duque de Huéscar con su exesposa y sus hijos; Eugenia, la única mujer de los seis descendientes de la duquesa o ella junto a Aguirre saludando a Felipe González ("una cuestión de amistad, no política", matizan).
La zona más mundana se aprecia en el soberbio salón de baile. En su suelo de madera quedan marcas de los tacones de aguja de un pasado más glorioso. Sirvió de pasarela para un desfile de Christian Dior organizado por Cayetana de Alba, pero desde hace años permanece extrañamente silencioso, como el resto del palacio.
En cambio, un imponente comedor, la última etapa de la visita, sigue siendo escenario de comidas en familia y reuniones de amigos. O de trabajo. Jacobo Siruela, el hijo editor de la duquesa, prepara una guía del palacio que tiene previsto publicar en octubre y un libro con la historia del inmenso pasado de la familia con más títulos del mundo a través de su patrimonio. En el jardín, una pequeña grúa se lleva a duras penas un enorme cepellón de un cedro que ha contemplado los últimos 200 años de la historia del palacio. Esa quietud lograda a base de siglos se rompe con el ruido del infernal tráfico nada más atravesar la verja de hierro.








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