La basílica de Santa María de la Esperanza Macarena, también conocida popularmente como la basílica de la Macarena, es un templo católico situado en el número 1º de la calle Bécquer, en el barrio de San Gil perteneciente al distrito Casco Antiguo de la ciudad de Sevilla (España).
El edificio constituye la sede de la Hermandad de la Esperanza Macarena, que hace estación de penitencia en la Madrugada del Viernes Santo con las imágenes de María Santísima de la Esperanza Macarena y Nuestro Padre Jesús de la Sentencia.
Historia
El nuevo templo estaba destinado a albergar a las imágenes titulares de la Hermandad de la Macarena, que hasta entonces se veneraban en su capilla de la parroquia de San Gil, incendiada en 1936.
Su construcción fue iniciada en 1941, cuando el 13 de abril, Pedro Segura y Sáenz, arzobispo de Sevilla, bendijo los terrenos en los que se edificó y colocó la primera piedra del templo; y finalizada el año 1949, siendo bendecida el 18 de marzo por el mismo arzobispo y actuando como padrinos Queipo de Llano y Serafina Salcedo, y consagrada por el cardenal José María Bueno Monreal, arzobispo de la ciudad, el 7 de octubre de 1966.
La obra fue llevada a cabo por el arquitecto sevillano Aurelio Gómez Millán, y se trata de un edificio de una sola nave con capillas laterales. El templo obtuvo la dignidad de basílica menor por una bula de 12 de noviembre de 1966 concedida por el papa Pablo VI, siendo de este modo el primer templo sevillano en ostentar esta dignidad.
Descripción
Techos de la basílica. |
Capilla y camarín de la Macarena
El retablo del altar mayor es de estilo neobarroco y alberga la Virgen de la Esperanza Macarena, una imagen anónima de finales del siglo XVII o principios del XVIII. Fue realizado en 1949 por Juan Pérez Calvo y Rafael Fernández del Toro; la imaginería es del gaditano Luis Ortega Bru y el dorado de Antonio Sánchez. El conjunto tiene una altura de 12 m y se dispone en dos cuerpos y ático que alberga alegorías de las tres virtudes teologales cristianas. La decoración del camarín de la virgen fue ejecutada por Fernando Marmolejo Camargo, así como la embocadura de plata del camarín simulando el frente de un paso de palio, en sustitución del anterior obra de Juan Pérez Calvo..
Capilla y camarín de la Sentencia
La primera capilla del lado del Evangelio está destinada al culto de Nuestro Padre Jesús de la Sentencia, una imagen de vestir realizada por Felipe de Morales en 1654. La imagen se sitúa en un altar que el taller de Pérez Calvo realizó en 1951, y es una donación de los funcionarios del Ministerio de Justicia. Está inspirado en el barroco, y compuesto de un cuerpo con tres calles, presidiendo el central el camarín del Señor. La imaginería también es de Ortega Bru, y las calles laterales sostienen cartelas de San Gonzalo y Santa Genoveva, y el conjunto está rematado por un relieve de la Virgen del Pilar, patrona de la Hispanidad.
Capilla del Rosario
Es una capilla situada a la derecha del altar mayor en la que se encuentra la imagen de la Virgen del Rosario con el Niño Jesús, titulares de la Hermandad de la Macarena. Esta imagen procesiona el último domingo de octubre, en una multitudinaria procesión por las calles del barrio.
coro |
01/11/2019
La historia es generosa en paradojas extraordinarias, como que alguien que toda su vida intentó –sin excesivo éxito– obtener poder y notoriedad, acabe alcanzando ambas cosas y, casi setenta años después de su muerte, por una especie de obstinación, conserve una suerte de inmortalidad, aunque sea debido a la sangre ajena. Es el caso de Gonzalo Queipo de Llano, uno de los militares golpistas que participaron en el alzamiento del 18 de julio de 1936. Ocho décadas después, su figura sigue dividiendo en Andalucía a los partidarios de la memoria histórica y a los herederos de quienes vivieron (entre los vencedores) la Guerra Civil. Tras el traslado de los restos de Franco desde el Valle de los Caídos a Mingorrubio, donde reposan en una tumba del Estado, el enterramiento de Queipo, rival al tiempo que conmilitone del último dictador de todas las Españas, se ha convertido en la postrera anomalía de un tiempo en el que a los asesinos se les daba sepultura con todos los honores públicos, igual que a los antiguos condotieros italianos, en suelo consagrado.
Éste es el caso del general vallisoletano considerado el último virrey de Sevilla, cuyos restos reposan desde 1951 en la Basílica de la Macarena. El militar ordenó construir aquí su mausoleo en un gesto que describe bien su personalidad: grandilocuencia (ridícula) y una proverbial falta de escrúpulos. Ambos factores explican que, mientras su cadáver yace bajo una lápida de mármol, rodeado de púrpura eclesiástica, en un espacio noble donde se celebran cultos y actos religiosos, sus víctimas, fusiladas sin juicio, murieran asesinadas a escasos metros de distancia, junto a las murallas de Sevilla. Queipo fue uno de los generales populistas y con aspiraciones políticas que tan bien retrata el teatro de Valle Inclán, lleno de egregios espadones ibéricos. Conquistó el poder a sangre y fuego. Y aunque no lo retuvo ni mucho tiempo ni con excesiva fortuna –Franco lo destituyó en 1939, dejándole sin embargo que disfrutara de su ascendente en el Sur de España– su herencia, patrimonial y simbólica, sigue provocando litigios.
Seminarista arrepentido y militar criado en los tercios coloniales –primero en Cuba, después en Marruecos–, su historia nos sitúa ante un individuo contradictorio. Quien mejor lo definió fue Primo de Rivera, el dictador de confianza de Alfonso XIII: “Queipo es enemigo de sí mismo”. Los historiadores lo retratan como un “bocazas, matón y chivato” (Paul Preston). Un hombre mediocre que sirvió a todas las causas de la España de su tiempo –la Monarquía, la República, el Golpe de Estado del 36– porque era la forma más efectiva de servirse a sí mismo. Lo hizo con agresividad marcial y una ausencia de piedad mitológica, persiguiendo a cualquier precio una fama que ha demostrado ser tan negra como duradera. “Un trueno vestido de nazareno”, como decía el verso de Machado (Antonio). Un hombre que planificó, de forma minuciosa, igual que un emperador antiguo, el lugar de su última morada al mismo tiempo que llevaba una vida disoluta y excesiva.
Fue un conspirador nato
Mujeriego e insumiso ante cualquier autoridad que no fuera la propia, sus biógrafos señalan el resentimiento –en el ejército o en la esfera política– como el motor esencial de su conducta. Desairarlo implicaba ser condenado a muerte. Fue además un conspirador nato: mientras juraba lealtad al bando republicano, buscaba el favor de Mola para sumarse a su conspiración o se prestaba (sin problemas) a delatar a sus compañeros de armas. El mando le gustaba tanto como el dinero, como evidencian algunos episodios biográficos: su dedicación a la venta de detergente casero a domicilio en los inicios de su carrera militar, o la hábil gestión de las múltiples propiedades, agrarias e inmobiliarias, obtenidas como señor de Andalucía. Desde los micrófonos de Radio Sevilla prometía la pena de muerte para todos los obreros que secundaran una huelga, incitaba a la violación en serie de mujeres o amenazaba con el asesinato en masa. Su aspiración íntima era convertirse en un perfecto cacique, protector de su estirpe –eran célebres las constantes recomendaciones que solicitaba para sus allegados–, demagogo y desleal hasta con sus padrinos y rivales, incluidos Primo de Rivera y Franco, del que fue superior en Marruecos y al que llamaba “Paco, la culona”.
Y, sin embargo, en los primeros meses de la sublevación militar Queipo pudo perfectamente haber sido elegido el jefe supremo del alzamiento. Según Gabriel Jackson, únicamente Mola, Franco y él gozaban de “poder real” en un país escindido en dos bandos que caminaba hacia el precipicio. Aquel soldado, jefe entonces del cuerpo de carabineros (policía fronteriza). “apareció en Sevilla a última hora de la tarde del 17 [de julio del 36] de visita de inspección. Detuvo al comandante en jefe de la división militar, al gobernador civil y al jefe de la policía. Con 200 soldados neutralizó a la guardia de asalto y ocupó el Ayuntamiento antes de que la ciudad supiera lo que pasaba”. Sus hagiógrafos relatan la toma de la capital de Andalucía como una epopeya lograda gracias a la combinación desigual de audacia, terror y propaganda. Disfrazó a sus soldados de moros –“con pantalones bombachos y la cara embadurnada de agua de castañas”–, y les ordenaba realizar incursiones en camiones, desde los que disparaban con ametralladoras hacia las barriadas obreras, entre ellas el Norte de la Sevilla intramuros, donde está la iglesia de San Gil, primitiva sede de la Macarena. El resultado: miles de muertos (45.000, dice Paul Preston) en el Sur de España, incluido el poeta Federico García Lorca (según Ian Gibson).
Además del terror, Queipo practicó la patrimonialización fascista de la religiosidad popular, que en la Andalucía de inicios del pasado siglo era una forma de vertebración social, y cuya máxima expresión es su decisión de hacerse enterrar en la Macarena, una cofradía festiva que tras la guerra fue tomada como botín por el régimen nacional-católico. El militar entendió a la perfección el fenómeno cofrade: a las iniciativas populistas –la creación de poblados y viviendas sociales–, tan características del paternalismo totalitario, sumó la construcción de la basílica de la Esperanza, erigida –y no por casualidad– sobre el solar de una mítica taberna anarquista (Casa Cornelio) destruida a cañonazos por la República en 1931, después de las primeras revueltas obreras. Sobre la sede de esta antigua embajada revolucionaria se alzaría, siguiendo los deseos del dueño de Andalucía, la actual iglesia, diseñada por el arquitecto Aurelio Gómez Millán.
Uno de los motivos de los dirigentes de la Hermandad de la Macarena para resistirse a cumplir la ley de memoria histórica, que establece que no pueden exhibirse símbolos del régimen franquista en templos abiertos al público, incluso aunque sean particulares, es que la basílica, que existe porque acoge el mausoleo de Queipo, y no al contrario, “es privada”. Se trata de una media verdad: una parte de su solar procedía de fincas presuntamente donadas a la hermandad, pero documentos históricos demuestran que la construcción del templo, que requirió ocho largos años de obras, y cuya primera piedra se colocó en 1941, se financió con las aportaciones económicas exigidas en persona por Queipo a distintas instituciones públicas. Con estos óbolos, cuyo origen son los ayuntamientos y las diputaciones, la cofradía, que sólo poseía un humilde almacén en la zona, compró tres fincas más, hasta conseguir un predio de 1.239 metros cuadrados. Fue algo así como un repentino milagro inmobiliario.
Dos años antes, el general vallisoletano había escrito al gobernador civil de Málaga, y a los alcaldes de todos los ayuntamientos andaluces, para que se sumasen a una cuestación popular que no fue espontánea, sino obligatoria. A todos se les reclamó, en nombre de la Macarena, “una pequeña aportación, que más que por su cuantía simbolice la cooperación de todos los españoles a la construcción de un templo aquí, en Sevilla, a esa bendita Imagen Macarena que tanto me ayudó en la Cruzada, a la que me encomendé en los primeros días del Movimiento, y la que me entregó su valiosísima corona de oro para sufragar los gastos que éste ocasionaba”. Queipo de Llano, enterrado con todos los atributos militares en la basílica, financió así, por vía indirecta y con dinero de todos, su tumba triunfal.
Ni la expresidenta de la Junta, Susana Díaz, que dejó sin desarrollar la ley de memoria de 2017, amparándose en un informe jurídico interno; ni el alcalde de Sevilla, Juan Espadas (PSOE), que tampoco ha querido cumplir un acuerdo plenario adoptado en 2016 que pide el traslado de la tumba del militar, siendo ambos los responsables políticos competentes, han cumplido y hecho cumplir la legislación vigente. Al día siguiente de la exhumación de Franco, ya inmersos en campaña electoral, los dos pedían que Queipo saliera de la Macarena, donde continúa enterrado en calidad de “hermano mayor honorario”. Su fantasma, como escribió el falangista José María Pemán, parece ser tan resistente como la Giralda.
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Altar de la Hispanidad
Hermandad de la Esperanza Macarena
La basílica es sede de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Sentencia y María Santísima de la Esperanza Macarena.
Museo
Muestra de algunas de las piezas que exhibe el museo. |
En octubre de 2009 tuvo lugar la inauguración del nuevo museo de la basílica con nuevos espacios y diseño de vanguardia. Las nuevas instalaciones disponen de 800 m2 distribuidos en tres plantas en las que se asume el reto de ofrecer una visión completa de la Semana Santa de Sevilla empleando los enseres procesionales y litúrgicos que ha ido atesorando la hermandad en sus más de cuatro siglos de existencia. El cardenal arzobispo de Sevilla, monseñor Carlos Amigo Vallejo, acompañado del alcalde, Alfredo Sánchez Monteseirín, y del hermano mayor Juan Ruíz Cárdenas, fueron los inauguradores de las instalaciones.
una basílica muy importante en Sevilla, creada por uno de los lideres de guerra civil española
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